30 nov 2010



NENÉ ®


Las siete.
El reloj acaba de sonar como todas las mañanas de todos mis domingos desde hace 3 años.
Lo curioso o poco entendible quizás, es que yo trabaje precisamente en domingo, un día en
el que se supone, todos descansan.
Soy lo que se podría llamar, una acompañante terapéutica, que domingo tras domingo visita
EL HOGAR DE LOS SUEÑOS, un geriátrico como tantos otros, pero para mí es algo mas
que eso, es como una casa encantada, un refugio detrás de la niebla, estar dentro de ella es
como pasar hacia el otro lado del espejo.
Mi tarea es suplantar física y afectivamente a los familiares de los internos, evitando el
sentimiento de abandono, es decir, crear un vínculo donde no hay nada y hacer como un
acto de prestidigitación, un pase de magia, donde la fantasía se mezcle con la realidad,
fantasía que yo misma creo y la cual termina siendo ni más ni menos, que la realidad de
mis propios domingos.
Siete y treinta.
Ya es hora. Hoy más que nunca tengo que ser puntual, la torta de cumpleaños deberá estar
sobre la mesa para que todos desayunen y para que Catalina pueda soplar las velitas.
A decir verdad, solo soplará dos, las que juntas completan los dígitos de sus años, 89.
¡La linda Cata! Con sus pómulos exageradamente coloreados por el abundante rubor.
Es tan pausada y medida, que parece llevar al desplazarse por los desnudos pasillos del
geriátrico, el andar candoroso de una reina. Delgada en extremo y con la blancura de una
geisha, se destaca entre todos los ancianos.
Hoy es su cumpleaños y lo festejaremos.
Las ocho.
Justo a tiempo. Bajo con sumo cuidado del auto tratando de que la torta llegue intacta.
Sonia, una de las enfermeras, me recibe al instante abriéndome la puerta.
No alcanzo a saludarla cuando con el rostro desencajado dice:
-Llevaron a Catalina de urgencia antes de la medianoche. Sufrió una grave
descompensación, su corazón no resistió. Murió inmediatamente.
El impacto fue tan fuerte, que casi dejo caer la bandeja. No podía creerlo.
¡Hoy era su cumpleaños!
Y todos dicen que nadie muere en la víspera.
-¿Estás segura Sonia, estás segura? -le dije-
Sonia bajó la cabeza con resignación y dos lágrimas le atravesaron la cara.
Mi pregunta se perdió con el murmullo de los demás ancianos que entraban al comedor a
desayunar. Miré de nuevo a Sonia y se apuró a decir:
-¿Qué hacemos Nené, que hacemos? ¡Nadie sabe nada!
Avancé resuelta con la torta hasta la mesa, busqué un vaso y coloque una pequeña flor
que le arrebaté con furia al florero de la cocina en memoria de Catalina.
Todos sabían de que se trataba, todos sabían lo que festejaríamos esa mañana.
Todos. Incluso yo.
Mi sonrisa se llenó de pena. Casi ni veía sus caras, se habían nublado mis ojos y sentía un
gran vacío.
Respiré profundo sin saber que hacer ni que decir. Compuse mi garganta con un tímido
sonido como obligada a decir no se que cosa, cuando de pronto todos giraron sus
cabezas en la misma dirección.
 Los aplausos sonaron y el cumpleaños feliz desentonado y agudo comenzó a escucharse.
Yo los veía sonreír y miraba con ansias en la misma dirección en que todos miraban, pero
no veía nada. Desconcertada busqué  rápidamente a Sonia, que se mantenía parada al
otro extremo de la mesa, sonreía también, al par que cantaba y aplaudía con entusiasmo
junto a los demás. En tanto yo me sentía aturdida y extraña.
¡Las velitas, las velitas! –gritaron de pronto- ¡Hay que prender las velitas¡
Y fue la mano presurosa y gentil de Don Juan el que las encendió.
¡Deje Nené –me dijo- yo lo hago, a usted se la ve muy emocionada!
Y ante mi espasmo, vi entrar por el pasillo, con majestuoso andar, la delgada figura
de Catalina.
Parecía despedir destellos de luz de su cabello, como si cargara una corona
de diamantes. Avanzaba lentamente con el porte de una reina, sonreía feliz y al
hacerlo, se destacaban aún más sus pómulos llenos de rubor.
De pronto se inclinó sobre la mesa.
¡Felicidades Cata! – gritaron todos juntos- y con las manos en alto aplaudieron
con gran fuerza, mientras dos hilos de humo se elevaban sobre la torta.
El aire me trajo el olor rancio de las velas y fue entonces que vi extenderse por sobre
la mesa, la fina mano de Catalina.
Buscaba resuelta alcanzar la flor que momentos antes yo depositara en el vaso.
Se apoderó de ella con tal cuidado que parecía sostener entre sus dedos las alas
de una mariposa. En serena reverencia, la llevó hasta su boca y con exagerado ademán lanzó al aire dos besos prolongados.
A este punto los aplausos estallaron con más algarabía resonando sin parar, mientras
Catalina desaparecía por uno de los pasillos del geriátrico, dejando tras de si un
vaho de perfume.
El bullicio y las palmas fueron un eco, creí que caería desplomada entre medio de las
sillas y las tazas del desayuno.
Quedé absorta, quieta ante lo sucedido. Un leve sudor me cubrió por completo y
acaricié mi frente.
Mis ojos, sorprendidos aún, volvieron a la mesa. Ya todos desayunaban en orden
ocupando su sitio. En sus caras todavía podían verse pequeños restos de alegría.
De la torta no quedaba nada.
Recorrí de largo a largo la mesa hasta que me encontré con los ojos achinados de
Sonia, de inmediato me regaló una sonrisa, extendió sus brazos y caminó presurosa
hacia mi y  movida por la urgencia del encuentro yo también fui en su busca...
¡Necesitaba saber! ¡Saber si había visto lo mismo que yo!
Un fuerte abrazo acompañado de agitados respiros fue el único diálogo que mantuvimos.
Nos quedamos así no se cuanto tiempo, hasta que ambas tomamos distancia.
Antes de que pudiera decir nada, Sonia miró con disimulado esmero a nuestro
alrededor, asegurándose de que nadie fuese a escucharnos. 
Con ansia curiosa, acerqué mi cara a la suya, prestando una cuidadosa atención a lo que estaba por decir.
Esperanzada en que me daría la respuesta a lo sucedido, aflojé mis nervios y
suspiré aliviada.
Y fue entonces que su aliento, como el aleteo de un ave, resopló en mi oído diciendo.......
¡¡¡Viste Nené.... viste...... Catalina no podía faltar a su cumpleaños!!!


Lara Ribero